Pau Miró

Pau Miró Finalista del premio a Mejor autoría teatral de la XIII edición 2010

por LLUEVE EN BARCELONA

Hace diez años que vivo en un piso en el barrio del Raval (Barcelona), el mismo piso donde se instalaron mis bisabuelos recién llegados de Aragón, el mismo piso, también, dónde nació mi abuela, y tal vez sea previsible, pero debo serlo: el mismo piso donde nació (literalmente) mi padre. Bien, ahora me toca a mí. Yo llegué a este piso a finales de los años noventa (no nací en él, simplemente aquí se inició mi vida «adulta») todavía sigo aquí. Cuando llegué empezaron a proliferar en el barrio (como las setas) galerías de arte, museos y alguna que otra facultad universitaria. Antes al Raval se le llamaba el Chino, había mucho ruido y ajetreo de putas, de camellos, ahora lo sigue habiendo pero el paso del tiempo y el maquillaje institucional le pusieron sordina al asunto. Actualmente ha llegado gente de todo el mundo: Pakistán, Filipinas, Ecuador, Marruecos, Nigeria... Bueno, es un barrio que siempre se ha ocupado de recibir a los recién llegados, antes venían de Andalucía, de Galicia, de Extremadura, de Aragón... Ahora de todas partes del mundo, esa mezcla entre los que llegan y los ya estaban es delicada, compleja, a pesar de lo que pretendan las autoridades....

Entonces la obra se escribió sola, digo que sola porque...

Acostumbro a desayunar en el mismo bar donde desayunan, entre otros distinguidos asiduos, unas putas ya entradas en años, cuentan historias de hoy, de ayer... y yo entre el bollo y el café tomo nota, robo pequeñas frases, vivencias de esas mujeres santas, que me perdonen.
 El barrio hoy en día es una mezcla de inmigrantes y de gente que ha vivido en esas calles toda su vida, de putas viejas y de putas nuevas, de algunos yonquis viejos y de algunos nuevos; también la fauna universitaria se mezcla en el barrio, como también los que salen del museo, o los que van al teatro de la ópera, esa mezcla de mezclas es ahora el Raval.

En ese límite donde se encuentran los espacios de la cultura oficial y los espacios de la marginalidad es donde se escribe sola Llueve en Barcelona. En las paredes exteriores de las universidades, de los museos y después de la función o cuando termina una clase, empieza el mercadeo sexual, entonces las conversaciones más desesperadas y las de alto vuelo intelectual se mezclan impúdicamente. Una mixtura léxica y formal a priori atractiva en el terreno literario pero que tiene de fondo la constatación de las fronteras que separan a ambos mundos.

Las ciudades han sabido crear el espejismo del interclasismo social donde aparentemente todos tienen acceso a la cultura, porque ahora la cultura está en cualquier parte gracias a la alquimia, que la ha transformado en producto de consumo rápido, por ejemplo te puedes comer un bombón Baci y encontrar una frase de Nietzsche.

En Llueve en Barcelona este espejismo queda inserido en las cuatro paredes de un diminuto piso del Raval, donde los tres vértices de un triángulo desatan sus sueños y sus frustraciones.

Es así como Lali, la protagonista femenina de Llueve en Barcelona conoce a Nietzsche o a Dante, mediante el envoltorio de un bombón: claro que uno de sus clientes, más asiduos, David, colabora en ese extraño acercamiento de Lali a la sensibilidad de la literatura o de la pintura, por ejemplo de Lucien Freud.

El chulo de Lali, Carlos, siempre a su lado, no acaba de entender ni compartir los pequeños cambios que ella está experimentando desde que lee esa literatura de envoltorios o desde que se dedica a buscar clientes en los museos camuflada de visitante.

Bueno decía que la obra se escribió sola, pero le di un pequeño empujón cargado de ingenuidad, traté que en ese espejismo un mundo aprendía del otro, pretendía que eso fuera real al menos en la ficción, pero incluso ni la ficción me lo permitió.

Espero que les diga alguna cosa
este bombón amargo
al que le llamamos
Llueve en Barcelona
y es por mucho que llueva,
la mierda sigue ahí.

PAU MIRÓ