El director de una compañía de teatro acude al despacho del nuevo Gobernador De Caro, el mismo día en que éste toma posesión de su cargo. El artista invoca la ayuda del político, ya que su teatro acaba de desaparecer a causa de un incendio.
El Gobernador, que en principio se había animado a hablar de teatro, despide al director ofreciéndole una ayuda para el viaje de la compañía, pero negando su asistencia al teatro por falta de tiempo que perder. Ante la insistencia del orgulloso hombre de teatro (que no está dispuesto a recibir la ayuda del político sin ofrecer su arte a cambio), el Gobernador le expulsa del palazzo, arrojándole el pliego de ayuda de viaje. Pero el comediante sale llevándose el papel equivocado: la relación de visitas que De Caro debe atender esa tarde, y amenaza con enviar a sus actores y hacerles pasar por las personas que el Gobernador ha de recibir.
Así, irán desfilando sucesivamente por el despacho de gobernación un médico, un párroco, una maestra… Cada uno cuenta sus problemas particulares y el Gobernador no logrará despejar la duda de si son en verdad las personas reales o personajes de ficción encarnados por los actores de la compañía de teatro…
“Las primeras representaciones de El arte de la comedia tuvieron lugar en Nápoles, en 1965, en el Teatro San Fernando. Las autoridades locales también en este caso la figura del Gobernador– estaban furiosas. Querían denunciarme por ofensa al Estado. Pero un amigo de este Gobernador, un artistocrático napolitano, el conde Gaetano, le dijo: ‘Será mejor que no hagas nada, porque sabes que Eduardo de Filippo tiene un cierto peso en la sociedad. Te perjudicaría. Darías a la obra un vuelo mucho mayor del que tendría por su cuenta. Acabemos con todo ese teatro.’ Ofreció un banquete al que me invitó a mí y al Gobernador. Hablamos y –tal como sucede en mi obra- le convencí.”
Eduardo de Filippo