Perseguida y fugitiva, Grace se refugia en el miserable pueblo minero de Dogville.
Los habitantes del lugar, animados por Tom, un joven aspirante a escritor, deciden esconder a Grace a cambio de trabajo. Grace cree haber encontrado su lugar en el mundo. Pero, a partir de la llegada de la Policía, en su busca, los vecinos exigen una mayor compensación por el riesgo al que se exponen. Maltratada, humillada, como el más miserable de los perros, Grace descubre el rostro más sombrío del ser humano. No será entonces la única protagonista pues el fascismo, que parapetado tras el miedo, acecha y se instala sin ser notado, aparecerá finalmente como un sobrecogedor espectro.
Los vestuarios de la mina, un espacio fabril en el que las pertenencias de los mineros cuelgan de cadenas para evitar la suciedad y los robos, es el lugar elegido para la acción. Un espacio, que entendido como instalación conceptual, nos permite "colgar" el ámbito privado de los habitantes. Lo íntimo fuera del alcance de los demás, en las alturas… La suma de esas individualidades conforma una masa informe de enseres y acero que cuelga pesada y amenazante sobre las cabezas de los ciudadanos de Dogville.
En contraposición, el suelo del vestuario, el espacio delimitado por las taquillas, es el lugar público, el ágora de la asamblea… de la democracia.
La narración avanza a ritmo de Blues, y conduce con sarcasmo, tristeza, ironía y dolor la historia. Los personajes, como cínicos espectadores, desgranan, blusean, esta fábula perversa, desde un distanciamiento, desde una neutralidad pre-actuada que generará la acción dramática.