La grandeza de Edipo está en el empeño por conocer la verdad. La verdad que salvará a la ciudad de la peste y que desvelará cuál es su verdadera identidad. Edipo no escucha a los que le advierten que no siga investigando. Edipo no escucha. Actúa. Confía en sí mismo. En su grandeza, en la del hombre que derrotó a la Esfinge, en la del magnánimo rey de Tebas, Edipo no puede permitirse parar, tiene que seguir adelante. Tiene que saber, porque él se lo impone, quién fue el asesino de Layo. Y Edipo descubrirá que él mismo fue el asesino. Y descubrirá que Layo era su verdadero padre. Descubrirá que Yocasta, la mujer con la que ha tenido cuatro hijos, es su madre, su verdadera madre. Edipo descubrirá que su grandeza tenía pies de miseria. Que su historia es la del hombre que lo era todo, y en realidad era menos que nada. La historia del hombre que por salvar a la ciudad, se hundió a sí mismo. La historia del hombre que al descubrir la verdad decidió no volver a ver la luz.
Alfredo Sanzol
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