Giselle. El amor en la era de la obsolescencia emocional; Giselle se estrenó en París en 1841 y se convirtió en el icono del ballet romántico por excelencia. Todavía hoy sigue siendo una de “las catedrales” de la pérdida de la inocencia, de la redención, de un amor tan loco y desaforado que no se entiende sin la entrega total. Giselle es el amor puro, sin filtros. ¿Es posible acceder al amor puro en la actualidad? ¿Cómo dialoga el amor con la contemporaneidad en una sociedad que considera al amor mismo como la expresión de muchas formas posibles de amor? Cuando Kor’sia decide poner su foco sobre Giselle (más bien sobre la idea del personaje), trata fundamentalmente de responder a esta complicadísima pregunta. Y para siquiera formularla resulta obligatorio empezar por matarla. ¡Giselle ha muerto! Asistimos al funeral por un ideal, un concepto y una era. Con Giselle se entierra una forma de manejar el corazón. Con ella se sepulta una manera limpia, honesta y sencilla (loca y romántica) de entender el amor. Ese cataclismo nos hará experimentar un salto en el espacio y en el tiempo para aterrizar en un jardín donde la historia de amor destilado de Giselle se convierte en atemporal y se enfrenta, esta vez, a las reglas de juego del mundo actual. Dicen que cuando morimos, hay un momento en el que salimos de nuestro cuerpo y nos vemos a nosotros mismos desde fuera. Desde arriba y desde fuera. Ese es el viaje al que nos invita Kor’sia. ¿Por qué abunda la fragilidad emocional? ¿Qué hace que nos resulte tan difícil manejar las riendas de nuestras propias emociones? ¿Necesitamos siquiera tocarnos para tener la apariencia de que nos amamos? Nos vemos, nos descubrimos entonces como seres “vivos y alienados” en una noche eterna de materialismo, individualidad y narcisismo. Habitamos en un mundo globalizado tan opresivo que el amor y el desamor se suceden a una velocidad vertiginosa. Un mundo en el que el desamor es el periodo que transcurre entre un like y el siguiente, y en el que nuestras relaciones personales se encuentran expuestas al escrutinio de todo el planeta conectado. Un lienzo en el que la urgencia de la vulgaridad ha sustituido al cosquilleo del erotismo. Somos personajes en un “jardín de las delicias” virtual colgado de la pared de una pinacoteca. Ni siquiera estamos seguros de que nuestro discurso haya sido elegido por nosotros mismos. La conciencia se ha visto sustituida, sin apenas darnos cuenta, por un ejército de algoritmos que maneja nuestra existencia. Influyen incluso en a quién podemos amar y a quién no. Y de qué manera. El nuestro es un mundo enfocado a la obsolescencia programada emocional. Un embudo dispuesto a que la botella siempre esté medio llena de frustraciones emocionales. La otra mitad es simplemente algo que nos empuja, como a cobayas en una jaula, a tener la impresión de que avanzamos, de que corremos, pero sin movernos ni un milímetro del sitio. Perseguimos la zanahoria de amar y ser amados tratando de hallar un equilibrio imposible entre nuestros deseos personales, las imposiciones personales y la quimera del amor puro. ¿Es tal vez morir la única salida para recuperar la capacidad de amar? ¿Debemos convertirnos en Willis como Giselle? En la propuesta de Kor’sia es necesario, aunque sea metafóricamente. Solo cuando nos hayamos despojado de la realidad y estemos dispuestos a regresar a lo primigenio, podremos volver a nacer. Debemos abandonar la cobardía y estar dispuestos a ser kamikazes como Giselle y amar sabiendo que moriremos de amor. Dispuestos a nacer “muertos pero humanos”. Entonces seremos capaces de tener conciencia no solo de nosotros mismos, sino de los demás. Lo líquido se convertirá en redondo. Regresarán las emociones, volverán los cuerpos conocidos y extraños, los olores, los abrazos y los besos. La plenitud. Todo será luz y armonía dentro del caos. Lo vertiginoso se ralentizará poética, armónica y artísticamente. No habrá espacio para la sombra, ni la debilidad. Seremos capaces de observarnos desde dentro de nosotros mismos y pasar de la carencia de emoción a ser la emoción misma. El mundo será circular como un cosmos en el que todo está en equilibrio y el tiempo se detiene y se multiplica a su antojo. Pero esta revolución solo será posible si estamos dispuestos a un cambio radical. Giselle nos hará resistir vivos hasta el amanecer como hace con su amado Albrecht, y así nos convertirá en hombres nuevos enfocados hacia la solidez y, en última instancia, la plenitud. Once bailarines y la música original de Adolphe Adam (eso sí, dispuesta en el orden que Kor’sia ha decidido para este espectáculo) representarán este juego de espejos, de dualidades que es esta Giselle. Con ella Kor’sia continúa su investigación sobre el academicismo y las temáticas universales y atemporales. Una exploración que comenzó con versiones de Jeux y la Siesta de un fauno, dos de los ballets de Nijinski. Mattia Russo y Antonio de Rosa (ambos Premio Positano Leonide Massine 2016) fueron bailarines de la Compañía Nacional de Danza. Desde 2017, junto con Giuseppe Dagostino y Agnès López Río son los principales artífices de Kor’sia. El riesgo de lo inexplorado inspira su creación coreográfica a la que incorporan elementos del cine, la fotografía, la literatura y la escultura como referencias para sus nuevas formas de expresión. Kor’sia es una de las pocas compañías de danza contemporánea de Madrid que conciben su trabajo coreográfico en paralelo a un trabajo de dramaturgia, entendido como tejido de acciones. Manuel Cuéllar