A veces las mejores respuestas sobre uno mismo las encontramos en los demás. Requiere de un ejercicio de confianza, de cooperación, de enajenación incluso, pero es una buena forma de abstraerse y de mirar el cuadro desde lejos. Viajar hacía afuera para hacerlo hacia adentro. Eso quiso hacer el coreógrafo Jon Maya (Rentería, 1977) con Gauekoak. “Venía de un momento personal en el que estaba prácticamente volcado en dirigir los proyectos más que en bailarlos… llegué incluso a plantearme dejar los escenarios”, reconoce.
Necesitaba reencontrarse con la danza, con su danza, con los movimientos de su cuerpo, y le dio la vuelta a la situación consciente de quién es ahora, de cómo es ahora y de cómo trabaja. El diálogo consigo mismo iba a ser mucho más enriquecedor si no lo era, si aspiraba a ser un monólogo abierto al debate, público, en manos de los demás. Por eso Maya (Premio Nacional de Danza 2017 en la modalidad de creación con su compañía Kukai) abrió en canal su proceso creativo y le pidió a tres amigos (personales y profesionales) que le ofrecieran lo que ven en su baile, que aprehendieran su imaginario y lo devolvieran en forma de espejo.
Así, distintos coreógrafos se dan la mano para crear un espectáculo único, enajenado, descarnado e íntimo en el que se juzga, se comprende, se cuestiona, se entiende y se absuelve al propio artista, cómplice siempre de la visión del otro. “Pensé en estos coreógrafos porque tengo una relación con ellos tanto personal como artística, así que tenía ganas de ponerme en sus manos. Cesc (Gelabert) me da la racionalidad ante ese impulso mío, Sharon (Fridman) me lleva un poco como a mi esencia e Israel (Galván) tal vez a esa locura que nunca he sacado en un escenario”.
Entre los tres reflejos se forma quizá el Jon Maya más cercano a Jon Maya que ha estado alguna vez sobre el escenario. Uno en plena búsqueda, pero también uno encontrado, que viaja desde la danza más tradicional que le es tan familiar hasta territorios inexplorados, y que sobre todo habla sin parar. Escuchamos, como en otra frecuencia de la música interpretada en directo por Arkaitz Miner y Xabi Bandini, preguntas y respuestas. “Quizá sí quería decirme cosas a mí mismo con este espectáculo: que aún me quedan cosas por decir, que no he terminado todavía de bailar, que toda esa búsqueda de todos estos años ha tenido un sentido… también lanzo preguntas al público, y a mí mismo”. Y a los coreógrafos que han sido espejo, y a los músicos que ponen los latidos de esta disección del ego. También en ellos podemos ver la dualidad de rostros de Gauekoak: “Arkaitz y yo somos del mismo pueblo, de Rentería, e incluso de críos llegamos a bailar juntos. Ya él como músico profesional y yo como bailarín sí habíamos hecho alguna pequeña colaboración, pero nunca habíamos trabajado juntos, y la verdad es que me apetecía mucho. Creo que él podría entender muy bien parte de lo que quería contar, de lo que quería transmitir. Toda esa parte de la raíz, de mi propia tradición, a través de su música. Su faceta más multinstrumentista, de pop y rock, me daba además otras posibilidades, así que me atraía mucho la idea. Xabi para mí ha sido el gran descubrimiento. Es el cantante de Kerobia, un grupo que yo he seguido mucho en mi juventud. Yo tenía claro que quería que hubiese una voz en el espectáculo, para reforzar esa sensación de conversación, aunque sea con uno mismo, se lo planteé a Xabi, estuvo encantado desde el principio y nada, surgió. No nos conocíamos y la verdad que ha sido maravilloso, un grandísimo acierto”.
En definitiva, ¿qué puede aportar sobre uno mismo alguien que nos conoce de toda la vida y qué puede aportar alguien nuevo? Sin la suma de todos ellos sería imposible este espectáculo tan revelador y consciente de sí mismo, en el que según el propio Maya se muestran facetas suyas desconocidas para él. “Por un lado me muestra en mi faceta más íntima, más personal, y me aleja de la figura o el personaje que he tenido en el escenario durante muchos años. Y luego se muestra un Jon con muchas caras: un Jon reflexivo, uno alocado, otro muy interior y emocionado, un Jon que disfruta bailando, muy cerebral… He conseguido sacar partes de Jon que nunca habían salido en un escenario y que ni yo mismo había descubierto bailando”.
Gauekoak es la prueba de que es mejor darle la vuelta a las circunstancias y mirarles a la cara, de que el diálogo con uno mismo es necesario pero mejor si está abierto a los ojos de los demás, de que nunca nos conoceremos completamente si nos es a través del otro y de que del trabajo aparentemente dispar de distintos cerebros, corazones y personalidades creativas pueden surgir cosas únicas y con mucho sentido. La prueba de que la crónica de un confinamiento termina siempre en vuelo y en libertad.