El fin de la historia, el triunfo del capitalismo

El fin de la historia, el triunfo del capitalismo

Andrés Lima lo vuelve a hacer en ‘Shock 2 (La Tormenta y la Guerra)’

Colosal ejercicio de teatro documental que abarca desde el punto de vista de la doctrina del shock de Naomi Klein los principales acontecimientos históricos que han definido el mundo que hoy tenemos: la Revolución Conservadora, el conflicto árabe-israelí, la Guerra del Golfo, el fin de la URSS, el 11-S o la Guerra de Irak

Shock 2 comienza en presente. Invita al espectador, como ya sucedía en la exitosa primera parte con la que Andrés Lima consiguió dos Premios Max en el curso pasado, a sentarse en torno a una mesa redonda que no es solo figurada: el escenario, minimalista, desnudo, consiste apenas en una plataforma circular giratoria situada en el centro de la pista. Invita al espectador a comparecer y no limitarse solo a ser testigo. Nadie es testigo de la historia. Se es siempre protagonista. Se es siempre bueno o se es siempre malo, pero la verdadera neutralidad se antoja imposible. Siempre se está, aun sin querer, en algún lado del tablero. Así incomoda Shock 2 desde su arranque, con un monólogo vehemente y arengado sobre el maniqueísmo y cómo cada extremo ejerce su particular fuerza gravitatoria que adopta forma de conferencia. Un excepcional Antonio Durán “Morris” interpela al espectador. Le señala con el dedo, le acusa. Después sabremos que el exaltado interlocutor se trata del filósofo y político alemán Carl Schmitt, ideólogo original del nazismo y en general de los fascismos europeos de los años 20 cuyas tesis fueron releídas favorablemente por pensadores socialistas como Ernesto Laclau y Chantal Mouffe en materias como la identificación de enemigos comunes y el concepto de amigos políticos. En torno a esa idea, maniquea, del amigo/enemigo, se estructura la segunda parte de la adaptación teatral que Andrés Lima está realizando, junto a Albert Boronat, Juan Cavestany y Juan Mayorga en la redacción de los textos, del no poco comentado libro de 2007 de la periodista y librepensadora canadiense Naomi Klein La doctrina del shock. El auge del capitalismo del desastre. Y de una ilusión de presente (continuo, cuántico) parte en un viaje de búsqueda documental hacia el pasado. El público asiste al show de su propia historia, con presentador y música a bombo y platillo, mientras comienzan a desfilar personajes históricos fundamentales para entender la propagación de las distintas doctrinas del shock con las que el capitalismo ha impuesto su salvaje dominación social a o largo de los años del siglo XX y del XXI. El propio Lima ha reconocido que el impacto de la crisis del coronavirus ha sido muy importante para concebir Shock 2, pues se entiende como una nueva oportunidad del capitalismo para aprovechar el estupor generalizado y polarizar a la sociedad. La victoria de Ayuso en Madrid ha tenido por fuerza que reconfirmárselo.

Por el “plató” de Shock pasan Margaret Thatcher y Ronald Reagan, primeros grandes protagonistas de la segunda parte con sendos triunfos electorales que confirmarían el avance de la Revolución Conservadora, pero también Den Xiao Ping (a través de un simpático traductor), Boris Yeltsin o Carol Wojtyła, el Papa Juan Pablo II. Con un ritmo apabullante y entre tiroteos y technazo, se reparten el mundo y conspiran para acabar con el socialismo, para provocar y aprovechar grandes crisis (como la caída del muro de Berlín, la guerra de Crimea o Tiananmen) para imponer por necesidad el tutelaje de EEUU y las políticas neoliberales. Pero no solo los grandes nombres son los protagonistas de una historia que también repara en los individuos anónimos para representar el sufrimiento de los pueblos. De algún modo los inocentes, las víctimas. Entre los siete actores y actrices que componen el elenco (y que en general repiten en Shock 2 con respecto a la primera parte, con las nuevas incorporaciones de un versátil e imponente Willy Toledo y de una convincente Alba Flores) dan vida a más de 40 personajes en un tour de force espectacular, y en ellos recae todo el ritmo de una narración con textos descomunales e intervenciones inundadas de conceptos.

Cuando el capitalismo se queda sin enemigos, en esa idea suya de nuevo amanecer (“It’s morning again in America…”), se han de crear unos nuevos, y en busca del petróleo de los países árabes se comienza una nueva doctrina del shock contra un enemigo invisible: el terror. Y con el estruendo con el que la historia entró en un nueva era se cierra el primer acto de Shock 2. Con la caída de las Torres Gemelas el 11 de septiembre de 2001. Acongojado, el espectador se enfrenta en el acto final a los delirios de grandeza de Aznar y Ana Botella en el rancho tejano de los Bush, a la escalofriante figura de Tony Blair (imprescindible para blanquear en Europa la invasión de Irak, una idea que también aparece en la obra con la actuación de Olé Olé para los soldados de la Marina Española) y a los duros acontecimientos y escenas de la Guerra de Irak mientras el foco hace parada en los campamentos de Sabra y Chatila en el Líbano y en el Hotel Palestina de Bagdad durante los ataques que terminaron con la vida del cámara de Telecinco José Couso, narrado por la periodista Olga Rodríguez en primera persona. Se detiene en la prisión de Abu Ghraib y en las torturas y vejaciones que sufrieron los presos, así como en la doctrina de ausencia de responsabilidades al respecto que defendió de cara al público la administración Bush, con Donald Rumsfeld al mando, y que terminó con una purga política y con el cierre de la prisión en 2006, y se recrea mostrándonos la muerte de un niño, exponiendo nuestra propia insensibilidad. No solo somos testigos. Nuestra responsabilidad es mantener siempre una postura crítica entre el desconcierto y el humo y no seguir la luz de “libertades” malentendidas y malintencionadas.

Shock 2 termina diez años después, en mitad de la nada en que se ha convertida una tierra en guerra, con la Comandante Arian a la que dio voz la periodista española Alba Sotorra. Termina reflexionando sobre el final de la historia justo cuando asistimos a un nuevo resurgir del conflicto árabe-israelí, demostrando que la rueda del capitalismo no deja de girar. Termina asistiendo a su propio funeral, al funeral del mundo desolado de Joyce, al ritmo oriental del “Paint it black” de los Rolling Stones, y no sabes si llorar o bailar, o coger un fusil y empezar la última revolución. “I  see a red door and I want it painted black. No colors anymore, I want them to turn black”.