Alfonso Sastre fue un hombre de letras con todas las letras, uno de nuestros gigantes intelectuales y un firme convencido de la labor transformadora de las artes y de la cultura. Pero también fue un hombre de acción. Permanecerá en la historia y en el recuerdo de la literatura más comprometida su oposición al también dramaturgo Antonio Buero Vallejo por su postura posibilista ante la dictadura franquista, o aquel momento en que rechazó darle el Premio Nacional a Fernando Arrabal por plagiar a Samuel Beckett. Pero sobre todo permanecerá su obra y su faz política, que por esencial convicción siempre se mantendrá polémica y radicalizada.
Madrileño, hijo de emigrantes, vivió la pobreza, la desolación y el caos de un Madrid en plena guerra, comenzó la carrera de Ingeniería Aeronáutica y terminó relacionándose con grupos estudiantiles de izquierda y participando en la fundación del grupo alternativo de teatro Arte Nuevo, que planteaba una vía alternativa al teatro burgués de Jacinto Benavente y en el que también militó Alfonso Paso, para pasarse definitivamente a Filosofía y Letras. Allí funda su primera revista, Raíz, escribe y representa sus primeras obras, publica el Manifiesto del Teatro de Agitación Social, que le sitúa definitivamente comprometido con el marxismo y con el teatro como herramienta de transformación de la sociedad, y contrae matrimonio con Genoveva Forest.
Integrado en la Generación del 50 un poco a la manera del (valga la redundancia) cajón de sastre, su teatro y su tono político siempre se mantuvieron cerca de los preceptos marxistas, prefiriendo lo explícito a lo metafísico que caracteriza el movimiento. Fruto de esta época son alguna de sus obras más relevantes: Escuadra hacia la muerte (1953), La mordaza (1954), La sangre de Dios o Guillermo Tell tiene los ojos tristes (1955). Tras esto, Sastre decidió dar un paso más en su compromiso social y político e iniciar su etapa de teatro revolucionario, con títulos polémicos y más combativos y críticos como Tierra roja, En la red o La cornada. Previamente se había visto envuelto en las protestas estudiantiles de 1956 y había tenido que exiliarse en París con Eva y su primera hija, circunstancias fundamentales para la paulatina radicalización de su postura.
Los primeros años 60 ven su conversión hacia el teatro realista y un mayor acercamiento al Partido Comunista de España, y a partir de 1965 se empieza a hablar de su teatro “penúltimo”, etapa de plenitud creativa marcada por grandes tragedias épicas, de corte surrealista, con temática crítica e influjo de Brecht que incluye los clásicos La sangre y la ceniza, El banquete (1965), La taberna fantástica (1966) o la impactante Crónicas romanas (1968). Son los mismos años en los que inicia su acercamiento, a través de Eva Forest, a Cuba y al régimen cubano y a la localidad sarda de Cagliari, donde comienza a estrenar obras que por la censura nunca se habían representado en España. A principios de los 70 ya se había desvinculado del PCE por su carácter excesivamente reformista y mostraba un perfil de izquierda radicalizada que no le costó pocos conflictos y polémicas. Publicó Askatasuna en 1971 y se le empezó a relacionar con el independentismo vasco a raíz de su mujer, que un año antes había creado en Madrid el Comité de Solidaridad con Euskadi, y todo culminó con el matrimonio ingresado en prisión acusados de colaboracionismo con la banda terrorista ETA y de ser autores intelectuales del atentado en la calle del Correo en Madrid de septiembre de 1974. Forest ya había sido relacionada con el asesinato de Carrero Blanco y de buscar salvoconductos para los terroristas en diversas incursiones, pero aquel atentado supuso su definitiva entrada en prisión. Sastre acudió al juzgado tras su encarcelamiento y terminó acusado de terrorismo en los mismos términos, causa que más tarde fue sobreseída pero que le costó 8 meses en prisión y una fianza de 100.000 pesetas. Cuando Eva fue puesta en libertad tras la Ley de Amnistía y después de haber pasado Sastre un par de años en Burdeos, finalmente la pareja se estableció en Hondarribia y se vinculó definitiva y públicamente a la izquierda abertzale. Un año después Sastre escribiría la que es una de sus obras más reconocidas: la Tragedia fantástica de la gitana Celestina.
Durante los 80 vive una nueva etapa de plenitud creativa en la que brillan Jenofa Juncal, la roja gitana del monte Jaizkibel (1983), El viaje infinito de Sancho Panza (1984), Los últimos días de Emmanuel Kant contados por Ernesto Teodoro Amadeo Hoffmann (1985) o La columna infame (1986), y que se ve culminada con la concesión del Premio Nacional de Teatro en 1986. Una década en la que Sastre insiste mucho en su apoyo y vinculación, progresivamente más intensa, con Herri Batasuna, pero del mismo modo en su contundente rechazo a ETA. Premio Nacional de Literatura en la modalidad de Literatura Dramática en 1993, siguió publicando incansablemente pese a comenzar a centrarse más activamente en su carrera política, atravesando una etapa más reflexiva primero, en la que incluso retomó la poesía, marcada por grandes dramas intimistas como Alfonso Sastre se suicida (1997) o Drama titulado No (2001); más académica después, ofreciendo una nutrida obra ensayística (Los intelectuales y la utopía, Manifiesto contra el pensamiento débil, El retorno de los intelectuales). En 2003 le concedimos el Premio Max de Honor y a partir del fallecimiento de Eva Forest en 2007 fue retirándose discretamente de la vida pública.
La SGAE iba a concederle, precisamente en el marco de los Premios Max de 2021, su Medalla de Honor, galardón que triste y finalmente será otorgado a título póstumo.
Desde los Premios Max lloramos profundamente la pérdida de uno de los gigantes de nuestro teatro y enviamos a su familia y amigos nuestro más sincero y sentido pésame. Descanse en paz.