En nosotros y en nuestros seres más queridos encontraremos siempre quiénes somos

En nosotros y en nuestros seres más queridos encontraremos siempre quiénes somos

Sobre un texto reflexivo y autoparódico que le ha valido a Delgado-Hierro el Max a Mejor Autoría Revelación y junto a un Pablo Chaves desternillante en lo actoral, Ceacero monta en ‘Los Remedios’ un frenético y revelador viaje al centro de la memoria

En la esencia de la repetición está el conocimiento: repetir implica practicar, implica normalizar procesos y mecanismos, memorizarlos y convertirlos en impulsos mecánicos. Repetir es la base de cualquier aprendizaje. Desde esta premisa (como elemento angular; hay muchas más entrelazándose en Los Remedios) parte el viaje retrospectivo hacia el centro de la propia memoria que constituye el texto con el que Fernando Delgado-Hierro (Sevilla, 1988) se ha alzado con el Premio Max a la Mejor Autoría Revelación en su más reciente edición. De la repetición de nuestros propios pasos, de nuestros propios recuerdos, surge la forma más segura de conocernos a nosotros mismos, de acercarnos a lo que nos configura como personas y como individuos. Las manías, los traumas, los valores, las estructuras.

Todo ello podemos encontrarlo en el lugar y en la personas que nos vieron crecer si sabemos aprender a mirarlo con los ojos de la eternidad, sub especie aeternitatis, se plantea Delgado-Hierro. Y en busca de esto viaja al barrio sevillano de Los Remedios durante los 90, a los escenarios que han configurado su infancia, para repetirlos, aprehenderlos, comprenderlos. Para repetirse, aprehenderse, comprenderse. Lo hace de la mano de uno de sus mejores amigos del colegio, Pablo Chaves, arquitecto reconvertido en actor en busca de un sueño. Ambos regresan a los espacios que guarda su memoria como escenarios del despertar sexual (homosexual en caso de Pablo), de la adquisición de complejos y fantasías, de sus primeros pasos en el teatro, de la búsqueda de motivaciones y de la gestión de los deseos, de la configuración del ethos, del pathos y, evidentemente, del mythos. Porque la mitología también forma parte de lo que somos, ya sea esta de origen familiar; ya la encontremos en la radio, en algún forro de carpeta o en la vastísima densidad de la Hyrule de 32 bits del Ocarina of Time. Y, aunque a veces luchemos contra ella, como luchan los protagonistas de Los Remedios contra el acento andaluz, contra el flamenquito o contra la flema patética de la Semana Santa, termina configurándonos inevitablemente. Esa suerte de fatalidad conduce al clímax de la propuesta, en la que las versiones pasadas y presentes de Fernando y Pablo colisionan y se enfrentan a atronador ritmo de techno con la única solución posible de la aceptación y el encuentro. Al final, estamos hechos de cosas que amamos y de cosas que detestamos, generadas en uno mismo o heredadas de los demás, y la única manera de encontrar un cierto equilibrio es aceptarnos tal y como somos, como estamos hechos. Somos, en definitiva, una suma de identidades que no siempre nos representan pero que nunca van a dejar de definirnos. Esa abuela a la que adoramos y que canta el Cara al sol, nochebuenas católicas escuchando a María Dolores Pradera, el camarero exaltado del bar franquista de la esquina.

En el camino, los dos amigos, además, reflexionan en paralelo sobre la propia naturaleza de su amistad y cómo les ha llevado a precisamente este momento: a estar actuando sus propias vidas el uno en frente del otro y enfrente del público. Entendemos cómo va creciendo el teatro dentro de ellos, cómo buscan a través de él una verdad tangible, un sentido más “práctico”, como el protagonista de La gaviota de Chéjov. Y entendemos también cómo lo más cerca que están de encontrarla es en los ojos del otro, virando el sentido de la obra misma hacia el valor de la amistad como apaciguador de nuestras propias miserias y como reflejo de lo que en realidad, en esencia somos. Ambos, Fernando y Pablo, se complementan a la perfección y es en esa simbiosis por separado en donde reside una de las mayores virtudes de Los Remedios: el contraste entre el dramatismo profundo y torturado de uno y la trágica y a la vez desternillante comicidad y elocuencia del otro. La dirección de Juan Ceacero, de La Compañía_ExLímite, hace el resto imprimiendo a todo el relato un ritmo vertiginoso que hace cortas las dos horas de duración pese a algunos momentos demasiado contemplativos. Una obra, en definitiva, emotiva al mismo tiempo que ligera, profunda y sencilla a partes iguales y que es capaz de abstraerse desde la marcadísima identidad de un barrio de Sevilla hasta imágenes y problemas absolutamente universales, demostrando que el conflicto entre fuerzas constructoras de la personalidad es inherente a lo que somos como seres humanos.