A través de su condición de dramaturga, Carolina África entró por primera vez en el centro penitenciario de Valdemoro en 2016. Llegó para dar una charla y lo que no iba pasar de ahí terminó prolongándose en sucesivas visitas, talleres, voluntariados… Era adentrarse en lo desconocido, lo que muchas veces (o siempre) implica adentrarse también un poco en uno mismo. “Ha sido una experiencia reveladora”, reconoce vía mail. “No era consciente de la cantidad de prejuicios que tenía con respecto a la cárcel y las personas que hay en ellas. Me daban miedo; ahora veo que hay pocas diferencias entre ellos y yo, tan solo que yo no he tenido sus circunstancias para acabar dentro”. La misma frase le dedica Vicenta, asistente en voluntariado, al hijo del protagonista en una escena de El cuaderno de Pitágoras. Su padre, Furia, está inspirado en un preso real que Carolina conoció durante sus experiencias, y su historia se construye coralmente rodeada de otro puñado de vivencias, reales y humanas, obtenidas de aquellas visitas. “Todo tiene una base real. Yo he ficcionado algunos nexos entre personajes, pero todo de una manera u otra ha sucedido: los delitos, las consecuencias de esos delitos, los daños colaterales de las familias y, por supuesto, todas las divertidísimas anécdotas que vemos en el grupo de teatro y que viví en primera persona”.
Con todo eso como base y durante su trabajo en el VII Laboratorio de Escritura Teatral de la Fundación SGAE, la dramaturga fue dando forma a un texto duro pero también enternecedor que rechaza cualquier paternalismo a la hora de tratar a sus personajes. Un ánimo que no hace sino reforzarse en la puesta en escena que acoge el Centro Dramático Nacional de Madrid desde el 18 de enero hasta el próximo 20 de febrero*. “Escribir es un acto de soledad y pocas veces se tiene el lujo de poder compartir con otros profesionales los caminos por los que avanza la creatividad. Sanchis Sinisterra fue el tutor de este laboratorio, todo un privilegio contar con su sabiduría y experiencia. También impagables las aportaciones de mis cinco compañeras de laboratorio: Denise Duncan, Mar Gómez, Nieves Rodríguez, Carmen Soler y Victoria Szpunberg. Sin duda enriquecieron el resultado final de El cuaderno de Pitágoras”.
Uno de los principales problemas que aborda la obra es la reinserción. Cómo se “entrena” desde dentro y cómo se recibe desde fuera. Y la respuesta de Carolina es un revelador suspense, un silencio acusador que expone gran parte de la problemática que entraña un debate marcado por la demoledora estadística de que tan solo el 3% de los presos logra la verdadera y completa reinserción. “Empezar por acercar el mundo penitenciario a todas las personas es un paso, pero hace falta más implicación y voluntad política y social. La cárcel no prepara para la reinserción. Al contrario, la dificulta completamente. Los años que una persona pasa en prisión suponen una experiencia dura y traumática y un aislamiento de la sociedad a la que se supone debe volver reinsertado”. Generan desconfianza social, como en aquel brillante capítulo de los Simpson en el que Marge consigue la libertad condicional para un preso con talento artístico, pero también un estigma que es condenatorio fuera y que dificulta aún más la reinserción una vez terminada la condena. “Como sociedad, juzgamos y no perdonamos. ¿Quién quiere emplear a alguien con antecedentes penales? ¿Quién quiere pararse a escuchar quién es esa persona, cuáles han sido sus circunstancias? ¿Quién va a tomarse la molestia de acompañarla en su vuelta a la sociedad y confiar en ella? Quizá si nos diéramos el tiempo de acercarnos de verdad a las personas que hay detrás de los delitos que cometieron podamos contribuir a esa reinserción. De eso trata la obra, de conocer a hombres y mujeres como nosotros que un día cometieron un error que podríamos haber cometido nosotros… Como decía Concepción Arenal lo peor que puede pasar en las cárceles es que nadie las visite y haya una indiferencia pública”.
También, a través de pequeñas historias que desfilan entre las celdas y por los pasillos, África nos acerca la situación de la mayoría de las mujeres en las cárceles, un mundo que claramente no está diseñado para ellas. “Tan solo el 7% de la población reclusa es femenina, lo que se traduce en una fuerte discriminación y una vulneración de sus derechos: En las cárceles mixtas, por ejemplo, no pueden usar las zonas comunes. Y en los centros en los que solo hay un módulo de mujeres, que son la mayoría, no hay segregación por tipos de delito, además de que suele haber menor oferta de actividades o cursos”. Eso si tienen un centro para mujeres en su ciudad; en muchos casos se ven obligadas a cumplir condena lejos de sus familias, dificultando aún más la estancia y la posterior reinserción. Porque, además, la familia tiene un papel protagonista en las historias de las personas que pasan una temporada en prisión. Puede ser un apoyo fundamental, un contacto cálido con el exterior o la motivación necesaria para una sincera reinserción, y ello implica una gran responsabilidad en una situación de dolor. “La familia sufre en primera persona las consecuencias de la condena, pero otras veces representa ese entorno dañino que provoca que una persona entre en prisión. Cada caso es un mundo… Lo que está claro es que, cuando un hombre entra en prisión, normalmente la mujer sostiene a la familia fuera; cuando es al revés, casi siempre la familia se desmorona”.
*Debido al protocolo establecido por el Servicio de Prevención de Riesgos Laborales, las funciones se encuentran suspendidas hasta el día 28 de enero
Carolina África también tendrá en cartel su obra Otoño en abril próximamente, del 10 al 26 de febrero en la Sala Cuarta Pared de Madrid.