“Llévame a Benidorm”: cómo el amor y la memoria dan sentido a nuestras vidas

“Llévame a Benidorm”: cómo el amor y la memoria dan sentido a nuestras vidas

Celia Morán dirige este texto de Josi Alvarado en el que dos ancianas emprenden su última viaje, juntas, a través de la memoria

Algo tiene la comedia que expone con sorna nuestras miserias para después irse, apagándose como el eco de una carcajada y dejándonos a solas con ellas, en silenciosa reflexión. En ese liminal espacio se encuentra Llévame a Benidorm, que vuelve al Teatro Nueve Norte de Madrid del 23 al 30 de marzo. Jugando con el delirio como materia para crear humor y con la hipérbole y la metáfora como armas principales, este texto agudo, emocional y humano de Josi AlvaradoI Premio SGAE de Teatro Ana Diosdado para textos escritos por mujeres en 2019 por La Tarara– nos presenta la historia de despedida de dos ancianas, Mila y Luisa –interpretadas por Rocío Solís y Alejandra Guiol–, y su relación con el mundo que dejan atrás, con su presente y con su propia vivencia de los recuerdos como ficciones que construimos y, al mismo tiempo, nos construyen.

Una de ellas, atrapada en una residencia, sufre de Alzheimer; la otra ve la poca independencia que le queda desmoronarse para pasar como una pelota entre los distintos hijos. Y ambas se embarcan juntas en un viaje estático, mental, por momentos onírico hacia una Benidorm que ejerce aquí de Sion, de tierra prometida. Los tiempos se rompen, hay escenas fragmentarias y lo que en algún momento parece el arranque de una road movie descabellada que recuerde a una versión geriátrica de Thelma y Louise queda como un gracioso recuerdo en la mente del espectador. No así en la de las protagonistas, que poco a poco ven horadada su memoria, deambulando entre los pocos recuerdos a los que son capaces de dotar de consistencia narrativa.

Con la dirección sobria de Celia Morán –Primer premio en el XVI Certamen SGAE de Teatro Leopoldo Alas Mínguez para textos de temática LGTBIQ+ en 2022 por Vagos y maleantes–, Llévame a Benidorm constituye, además, una oda al cine y a cómo este configura nuestra memoria e influye en cómo releemos nuestras propias experiencias. Un discurso que, de algún modo, conecta con la intención maximalista que por momentos exhibe la obra, jugando a las grandes metáforas. Nuestra vida es, por lo general, cotidiana y vulgar. Aún más la de dos mujeres que la han vivido, en mucho, según lo que se esperaba de ellas, mirándose en el espejo de una sociedad patriarcal y represora. Por eso necesitamos construir nuestras propias ficciones, para agarrarnos a la espectacularidad de un recuerdo que, sin ella, se diluiría entre tantos otros, tan iguales. Por eso ellas fantasean con amantes italianos y con asesinar a sus maridos adúlteros. Por eso creen en una Benidorm más allá de la muerte.

Lo que se extrae de todo ello, en fin, suscitando por el camino sutiles críticas al abandono de la tercera edad o a la represión sexual de las mujeres, es que la memoria no es sino una amalgama de deseos, ficciones, experiencias y relatos que solo tiene sentido si tenemos alguien con quien compartirla. Que la memoria son los otros, que nosotros solo somos en la memoria de los demás. Y que, por lo tanto, la amistad y el amor, sobre todo en el último suspiro, son la misma cosa. Una forma de pervivir en el recuerdo de alguien.