'Los gestos', de Pablo Messiez

'Los gestos', de Pablo Messiez

El nuevo espectáculo del autor argentino continúa su reflexión sobre el proceso creativo, esta vez desde el lado más interpretativo

Los gestos contra el texto. Si La voluntad de creer, último espectáculo de Pablo Messiez (con el que se alzó con el Premio Max al Mejor Espectáculo de Teatro), reflexionaba desde el texto y sobre su propia naturaleza dentro del hecho teatral mismo, en su transformación escénica a través de, precisamente, los gestos, las miradas, sensaciones que solo se construyen en el transcurrir del presente continuo, Los gestos se sitúa inmediatamente en el extremo opuesto: son los gestos los que parecen escupir (y esculpir) el texto, son los gestos los que parecen poseer a los actores y obligarlos a expresarse a través de ellos. Pero, sin embargo y aunque pueda leerse cierta oposición entre las dos obras, en el fondo Messiez ofrece una vuelta más sobre ese tema que últimamente parece obsesionarle: el proceso creativo.

Así, los personajes se convierten en un vehículo de experimentación, sometidos por el deus ex machina de los designios del autor, y se ponen al servicio del desarrollo dramático. Se contradicen a sí mismos, se salen de sus esquemas de personalidad, luchan por discernir su propio libre albedrío. Quizá Messiez lo deja más claro esta vez, permitiéndonos deducir que toda la acción que vemos en escena no sucede realmente sino en la mente de un autor, interpretado magistralmente por Nacho Sánchez (Premio Max 2018 por su papel en Iván y los perros), que imagina su próxima obra en un sueño mientras va en un avión a Roma (experiencia en cierto modo autobiográfica, pues Messiez escribió la obra durante una estancia en la capital italiana).

Es ese autor el verdadero protagonista, y los personajes que vemos en escena las proyecciones de sus razonamientos artísticos, de sus ambiciones, de sus prejuicios, de sus obsesiones, de sus miedos, de sus inseguridades, de sus traumas y de su honestidad y cómo esta ha de permear o no en el producto de su arte. Por eso Messiez escoge una fantasía entre lo surrealista y lo cabaretero para situar en cierta medida la acción que luego deconstruye, por eso tira del repertorio de Mina, de una obra de Pasolini y de un cierto exostismo intelectual barato. Porque la vergüenza ajena, la autocrítica y el esnobismo creativo también son parte de la reflexión de Los gestos, un espectáculo en el que todo comunica desde la ausencia, en muchos casos, de sentido comunicativo. Messiez demuestra la tesis, esta vez, por omisión.

Y en la propia vivencia de Topazia (protagonista femenina magistralmente interpretada por Fernanda Orazi) podemos hacer por entenderlo: ella solo llegó allí, a ese no-lugar que es un bar-teatro de dudoso origen, a cantar canciones de Mina, y acaba viéndose envuelta en los ensayos de algo que aspira siempre a lugares más trascendentales. Mina, aquí, en el fondo representa la victoria de la pasión, esa capacidad que tiene la música (especialmente cuando está cantada en otro idioma, cuando no la entendemos por completo) para desprenderse del texto y comunicar solo a través de emociones y gestos. Y aunque comprender lo que dice puede mejorar la experiencia, intelectualizarlo va en contra de la misma emoción. El teatro de Messiez, hoy, es un teatro de la experiencia liberado de las exigencias de lo performativo mismo, y que se alza desde la base ortodoxa del texto. Un no-teatro teatralizado que, más que formas, busca reinterpretar significados.