‘El Castillo de Lindabridis’: la Nao d’Amores hacia el Siglo de Oro

‘El Castillo de Lindabridis’: la Nao d’Amores hacia el Siglo de Oro

Ana Zamora pone a su compañía rumbo al teatro barroco con una adaptación de Calderón que reinterpreta a su vez la visión renacentista del medievo

De alguna manera, la primera incursión de la Nao d’Amores de Ana Zamora en el Siglo de Oro no podía haber sido de otro modo: con una obra de Calderón de la Barca que recrea de una forma realmente particular la genealogía teatral popular, la mirada de la mirada de la mirada, a través de la adaptación de una novela caballeresca de mediados del s. XVI escrita por Diego Ortúñez de Calahorra, Espejo de príncipes y caballeros. El Castillo de Lindabridis, que narra el periplo de la princesa del reino ficticio de Tartaria en su castillo flotante en busca de un caballero que mate a su hermano y reclame con ella el trono, no puede ser más barroca, y entre sus líneas se pueden leer signos de la conflictividad política europea del siglo XVII o de la superchería social, pero al mismo tiempo adelanta las sátiras neoclásicas al ofrecer un retrato idílico, novelesco, de la Edad Media entendida desde el Renacimiento, y vertebrado por el sentido del humor, la parodia y, sobre todo, la intención de entretener.

Pocos textos podrían ajustarse así, a través del tiempo, al trabajo de la dramaturga segoviana (reconocida en 2023 con el Premio Nacional de Teatro), tan interesada siempre en investigar el teatro español de la Edad Media y el Renacimiento y en devolverle a la vida en un minucioso ejercicio de restauración. También de tejer hilos entre tiempos teatrales. Con una propuesta sencilla, minimalista y artesanal en la que los propios actores montan, desmontan y transforman las distintas piezas que componen la escenografía (una juguetona abstracción que recuerda a los grupos de teatro escolares) mientras recitan en un verso florido inundado de calambures y cantan por madrigales, jácaras y villanellas, El Castillo de Lindabridis brilla por lo que no explicita, por la forma en que la imaginación del público termina de componer el retablo completo.

Las escenas se suceden como pequeños cuadros, escenas desconectadas de una epopeya mayor, y desafían convenciones en lo escénico, lo musical y lo social, con una mujer disfrazada de hombre o números musicales corales salpicados de inteligentes anacronismos (todo interpretado a la perfección por una banda barroca, el verdadero personaje-fondo de la obra, bajo la dirección musical de Miguel López y María Alejandra Saturno). ¿Y si las mujeres portasen la espada? Esta pregunta responde a nuevas necesidades en la visión de una Zamora que lo único que quiere recordarnos es que esas cuestiones siempre estuvieron ahí, y que lo que cambia con el tiempo son las resoluciones. Su teatro invita a pensar en cómo respondemos hoy preguntas de hace 500 años. Es una semilla que cada cual tiene que hacer florecer.