¿Saben por qué la mayoría de los cuentos clásicos acaban así: “fueron felices y comieron perdices”? Porque, a partir de ese instante, todo lo que ocurre es tan aburrido que, francamente, no merece la pena. Por ello, nuestro narrador decide inventar a capricho, jugar con los personajes de esta historia, confundirlos, reírse de ellos y, finalmente, permitir que se extravíen por el sinuoso y oscuro laberinto de las debilidades humanas. Aunque hacerlo, implique asumir el riesgo de perderlos para siempre. Nada será en vano, si con ello, consigue dar respuesta a la cuestión que subyace bajo ésta y otras historias; ¿están los humanos a la altura de eso a lo que llaman “amor”? “Cualquiera diría que, justo al despertar, comenzó la pesadilla. Podría ser un sueño dentro de otro sueño, la imaginación de un sarcástico bufón, un cuadro muy miope, o simplemente, el dibujo de un niño. Podría ser, por supuesto, la idea distorsionada, tonta y maniquea que muchos tienen del amor. Quién sabe… En cualquier caso, la historia es de gran tamaño, los personajes están a la altura y lo demás… Lo demás, es puro teatro…” Con todo el respeto a lo que hubo antes y a lo que está por venir, podemos asegurar que ésta es, sin duda, la historia más grande jamás contada!