Fernando Atienza, desde sus trece años robando coches en las chabolas de Montjuïc, hasta sus treintaypocos trapicheando en las callejuelas adyacentes a la Plaza Real, pasando por su primera juventud como chico para todo de ambiciosos financieros de la zona alta, viaja del tardofranquismo a la Transición al sueño olímpico del 92. Pero no habrá día que haya dejado más huella en su biografía que “el día del Watusi”.