Afanador
Afanador

Juan Cristóbal Saavedra, Enrique Bermúdez, Jonnathan Bermúdez, Gabriel Georgio González y Roberto Vozmediano Ganador del premio a Mejor composición musical para espectáculo escénico de la XXVIII edición 2025

por Afanador

Sobre la obra

La mirada de Ruven Afanador no es documental: no entrega a la historia un archivo de eventos, estilos, personalidades. Tampoco es monumental: no apunta a restituir una imagen glamurosa y fotogénica de su objeto. La mirada de Afanador es deseosa: deforma su objeto, y se deja deformar por él. El objeto del deseo – Buñuel y el surrealismo lo habían intuido – es oscuro por definición. Desear nos hace ignorantes, inexpertos, incompetentes, porque desear es fijarse en lo que huye, enfocar una desaparición. El deseo compone su objeto, y a veces lo inventa, con tal de seguir observándolo. Y así produce otro conocimiento, subjetivo, infalible y revelador. El objeto se delata ante los ojos y los delata. Acercándose desde el deseo al multiverso del folclore andaluz, Afanador lo obliga a revelarse, y se revela. Como si soñara con él, deja aflorar los lapsus, los delirios, el subconsciente del flamenco, sus pulsiones de eros y muerte, sus verdades no documentables. Lo devana en mil amplificaciones, como un mundo grotesco y suntuoso, un cuerpo impensable de sombra y de luz. Mientras mira al abismo del flamenco, se deja mirar por él. Nuestro trabajo es sólo otro eslabón en esta genealogía de sueño y deseo: relata (o delata) nuestra mirada de Ruven Afanador mirando sus modelos. Y habla de la fotografía como de un pasmoso acontecer del mundo en los ojos. No hay trama: sólo hay capricho, como en la memorable serie gráfica de Goya: temas familiares y gestos reconocibles, como personajes enmascarados de una troupe de “motivos”, se dan cita en las imágenes, como si se llamaran recíprocamente, por asociación, analogía, atracción; o por un desenfrenado juego de metamorfosis, angelical y diabólico: los caprichos no hablan de otra cosa que de la imagen como milagro y aquelarre. No hay fotografía que no esté suspendida a un suspiro, o a mil y un besos, del fuego que quema la imagen.

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